sábado, noviembre 19, 2011

Watanabe...

Vale, puede que yo no necesitara un viaje interior, o quizás simplemente, recorrí ese viaje sin necesidad de subirme a trenes sin destino... Quizás no necesité que un desconocido me ofreciera algo que beber, aunque compartí más de una copa con gentes que, en lo borroso de aquellos tiempos se me tornaron conocidos desconocidos. Y, desde luego, mi camino no fue tan trágico, ni en el sentido griego, ni en el más actual de la palabra...

Pero un día, al igual que Watanabe, descubrí que la persona que me hacía feliz no formaba parte de sueños ni de historias escritas por otros en muros del pasado, sino que era esa persona cercana, de carne y hueso, amiga y confidente, con la que compartía las más hermosas y divertidas aventuras...

Hace unos días terminé de leer Tokio Blues, de Murakami y, aunque parezca extraño, aún no tengo claro si es un libro para recomendar o no... Aunque creo que a mi me ha gustado...

viernes, noviembre 04, 2011

Trenes

Escribo aparcado en la cafetería de la estación de Delicias esperando al AVE que me devolverá a casa después de un intenso (y productivo) día de trabajo en la Universidad de Zaragoza.

Me gusta el sabor de las estaciones de tren. Son mucho menos ruidosas y caóticas que las de autobuses, y sin humo de tubos de escape. Y también mucho menos impersonales que los gigantes y caóticos aeropuertos en los que últimamente he tenido que pasar horas en viajes de trabajo.

En las estaciones de tren quedan huequitos para sentarse a escribir una Carta mientras delante de mi un chico trajeado esté, probablemente, revisando unos balances en el suyo. Dos señores mayores, ella y él, charlan en otra mesa mientras esperan a alguien. Hace un rato, sentado en la sala de espera con el portátil en el regazo, he coincidido con una chica joven, mucho más joven que yo, que leía un libro en francés y con un treintañero con un perro, esperando quizás a su novia, quizás a su mujer.... Pero todo envuelto en un ambiente de cordial tranquilidad.

Las estaciones de tren me inundan de nostalgia y recuerdos... Cuando estudiaba en la Universidad, cambiaba el bus por el tren siempre que podía (aunque eso supusiera tardar más en llegar a clase o en volver a casa), cuando viví en Bélgica era raro el fin de semana en el que el tren no me llevara a algún nuevo sitio que visitar y en mi época berlinesa el tren y el S-Bahn fueron compañeros de aventuras y desventuras.

Por eso, creo que voy a cerrar el portátil y a deambular por la estación en el tiempo que me queda hasta coger el tren, a empaparme de sabores de estación porque quién sabe, quizás, entre andén y andén, brote el espíritu de un nuevo cuento que dejar en Cartas.