En unos minutos apagaré el ordenador. La próxima vez que lo encienda estaré en Guada. Ahora toca acostarse prontito que mañana será un largo y duro día de regreso.
Pensaba resumir mis sensaciones de estas tres semanas por aquí pero son tantas que, sencillamente, no puedo. Es curioso cómo en tres semanas es posible dejar un sitio sabiendo que echaré muchísimo de menos a la gente que dejo aquí. Y es que soy un tipo con suerte: siempre topo con gente maravillosa que convierte cada una de mis estancias en el extranjero en un nuevo hogar temporal para mí. ¡El mundo está lleno de gente maravillosa!
En tres semanas he conocido a científicos realmente brillantes, que encima son cercanos, amables y encantadores, de los que he aprendido muchísimo, bastante más de lo que imaginaba antes de venir. Y no sólo conocimientos: he aprendido formas de trabajar, de cómo entusiasmarse por la ciencia, me he divertido en el laboratorio... y también me he divertido muchísimo con ellos fuera del labo, en barbacoas, cenas y excursiones. ¡Y me han invitado a volver! ¡Mola!
Y luego he tenido unos caseros y unos compañeros de casa excepcionales. Una casa de locos que ha acabado siendo un pequeño y temporal hogar. ¡Y me encanta poder decir eso!
Alguna de las historias concretas aparecerán quizás por aquí. Las demás, te las contaré cuando quieras, delante de una cerve!
Adios Berkeley... ¡Hasta pronto!
domingo, agosto 23, 2009
jueves, agosto 20, 2009
Cuentos inacabados
Ni recuerdo cuando fue la última vez que dejé un cuento por aquí. Este me ha quedado un poco largo y pensaba recortarlo, ¡pero así se queda! Si lo quieres leer en un formato más amigable, te lo puedo mandar en pdf...
Nada más levantarme, me gusta tomarle el pulso al día y a la ciudad. Adquirí esta costumbre cuando viví fuera y no consigo dejarla. Nada más salir de casa por la mañana, antes de ir al trabajo, me gusta sentarme tranquilamente en una cafetería, pedir un cortado, y tomarlo mientras siento cómo la ciudad alrededor se va desperezando. Y como además soy un animal de costumbres, siempre acabo tomándolo en la misma cafetería, esa que hace esquina en la placita.
Y allí estaba yo hace ya un tiempo, un jueves como otro cualquiera, entrando en la cafetería de siempre, a la hora de siempre, dormido como casi siempre. Pedí un cortado y, cuando me lo sirvieron en la barra, me fui hacia una de las pocas mesas que quedaban libres junto a la ventana, para poder ver a la gente pasar por la calle. Al acercarme a la mesa observé que alguien había dejado un par de folios manuscritos. Miré alrededor, pero no parecían ser de nadie. Los cogí para acercárselos a la camarera cuando una frase me hizo detenerme sobre los mismos: y esta princesa no era rubia, ni tenía trenzas, ni castillos, ni caballeros… pero sí un bufón de colorines… ¡Era un cuento! Escrito con una letra pulcra, redonda y pequeñita, letra de persona mayor, mujer quizás, con pluma, tinta azul sobre papel reciclado. Volví a dejar los folios sobre la mesa, me senté con mi café y los leí, saboreando aquella historia de una princesa distinta, que vivía no vivía en un castillo. Un cuento para niños, precioso, pero que misteriosamente, no tenía final. La tinta azul poco a poco se iba debilitando y el cuento acababa de repente. Parece que la escritora – mi imaginación puso cara de mujer a la cuentista - se había quedado sin tinta antes de terminar. No pude resistirme. No me preguntes por qué lo hice, porque no lo sé, pero metí la mano en mi mochila, saqué un boli azul y escribí un final para aquel cuento. Luego dejé los folios sobre la mesa, apuré el café y salí para mi trabajo.
Al día siguiente, viernes, volví a la cafetería preguntándome si estaría allí la cuentista, la escritora de cuentos para niños. Había varias personas mayores en el bar, dos viejecitas simpáticas desayunando unos churros, una abuela con su nieta tomando un café antes de llevarla al cole… pero no había cuentos sobre la mesa. Llegó el fin de semana y un concierto, una excursión y alguna otra historia que no recuerdo hicieron que olvidara por completo la historia… hasta el jueves siguiente.
Entré a la cafetería a la hora de siempre, dormido como casi siempre, pedí un cortado, me acerqué a una de las pocas mesas que quedaban vacías junto a la ventana y allí, en una de las mesas, dos folios reciclados escritos con tinta azul me esperaban. Esta vez eran historias del País Nuncajamás, también esperando un final. Mire a mi alrededor, esperando identificar a la autora de aquellos cuentos que me parecían maravillosos, pero nada. ¡No había nadie en la cafetería que pareciera ser ella! Rebusqué en mi mochila, saque un boli y acabé el cuento. Decidí esperar, a ver si volvían a por las hojas, pero al final se hizo tarde, mi hora de trabajar se acercaba y tuve que dejar las hojas sobre la mesa y marchar de la cafetería.
La historia se repitió durante meses. Todos los jueves, al entrar en la cafetería de siempre a la hora de siempre, dormido como casi siempre, encontraba un par de folios de papel reciclado con un cuento para niños escrito en tinta azul. Hubo historias de monstruos buenos y brujas malvadas, de viajes fantásticos, de excursiones en tren, de niños y niñas de este lugar y de otros países, hubo cuentos alegres, tristes, con y sin moraleja, pero siempre, siempre un cuento por semana, un cuento inacabado al que yo añadía un final. Poco a poco fui yo también dejando principios de cuento sobre la mesa que, el jueves siguiente, encontraba acabados junto con los folios reciclados de un nuevo cuento por acabar. Sólo un jueves de invierno faltaron los cuentos, sólo un jueves de primavera falté yo. Pregunté muchas veces a la camarera, pero nunca me quiso decir quién recogía los cuentos. Yo sabía que ella lo sabía, pero nunca quise insistir. Había magia en aquella historia y yo, al menos, no tenía ninguna intención de acabar con ella.
Sí, es cierto. La historia está escrita en pasado, porque hace un mes, más o menos, dejé de encontrarme cuentos en la mesa. Nada, ni un papel, ni una nota, ni un mensaje de despedida… Pregunté a la camarera y me dijo que la persona que dejaba los papeles, efectivamente una viejecita mayor y encantadora, había dejado de ir por allí. Pero que ella no sabía por qué, ni tenía forma de contactar con ella.
Hoy es jueves y esta mañana, al entrar en la cafetería de siempre a la hora de siempre, dormido como casi siempre, encontré sobre una de las mesas de la ventana un folio, solo uno, escrito con boli azul, con una letra redonda, de caligrafía.
Nada más levantarme, me gusta tomarle el pulso al día y a la ciudad…
Nada más levantarme, me gusta tomarle el pulso al día y a la ciudad. Adquirí esta costumbre cuando viví fuera y no consigo dejarla. Nada más salir de casa por la mañana, antes de ir al trabajo, me gusta sentarme tranquilamente en una cafetería, pedir un cortado, y tomarlo mientras siento cómo la ciudad alrededor se va desperezando. Y como además soy un animal de costumbres, siempre acabo tomándolo en la misma cafetería, esa que hace esquina en la placita.
Y allí estaba yo hace ya un tiempo, un jueves como otro cualquiera, entrando en la cafetería de siempre, a la hora de siempre, dormido como casi siempre. Pedí un cortado y, cuando me lo sirvieron en la barra, me fui hacia una de las pocas mesas que quedaban libres junto a la ventana, para poder ver a la gente pasar por la calle. Al acercarme a la mesa observé que alguien había dejado un par de folios manuscritos. Miré alrededor, pero no parecían ser de nadie. Los cogí para acercárselos a la camarera cuando una frase me hizo detenerme sobre los mismos: y esta princesa no era rubia, ni tenía trenzas, ni castillos, ni caballeros… pero sí un bufón de colorines… ¡Era un cuento! Escrito con una letra pulcra, redonda y pequeñita, letra de persona mayor, mujer quizás, con pluma, tinta azul sobre papel reciclado. Volví a dejar los folios sobre la mesa, me senté con mi café y los leí, saboreando aquella historia de una princesa distinta, que vivía no vivía en un castillo. Un cuento para niños, precioso, pero que misteriosamente, no tenía final. La tinta azul poco a poco se iba debilitando y el cuento acababa de repente. Parece que la escritora – mi imaginación puso cara de mujer a la cuentista - se había quedado sin tinta antes de terminar. No pude resistirme. No me preguntes por qué lo hice, porque no lo sé, pero metí la mano en mi mochila, saqué un boli azul y escribí un final para aquel cuento. Luego dejé los folios sobre la mesa, apuré el café y salí para mi trabajo.
Al día siguiente, viernes, volví a la cafetería preguntándome si estaría allí la cuentista, la escritora de cuentos para niños. Había varias personas mayores en el bar, dos viejecitas simpáticas desayunando unos churros, una abuela con su nieta tomando un café antes de llevarla al cole… pero no había cuentos sobre la mesa. Llegó el fin de semana y un concierto, una excursión y alguna otra historia que no recuerdo hicieron que olvidara por completo la historia… hasta el jueves siguiente.
Entré a la cafetería a la hora de siempre, dormido como casi siempre, pedí un cortado, me acerqué a una de las pocas mesas que quedaban vacías junto a la ventana y allí, en una de las mesas, dos folios reciclados escritos con tinta azul me esperaban. Esta vez eran historias del País Nuncajamás, también esperando un final. Mire a mi alrededor, esperando identificar a la autora de aquellos cuentos que me parecían maravillosos, pero nada. ¡No había nadie en la cafetería que pareciera ser ella! Rebusqué en mi mochila, saque un boli y acabé el cuento. Decidí esperar, a ver si volvían a por las hojas, pero al final se hizo tarde, mi hora de trabajar se acercaba y tuve que dejar las hojas sobre la mesa y marchar de la cafetería.
La historia se repitió durante meses. Todos los jueves, al entrar en la cafetería de siempre a la hora de siempre, dormido como casi siempre, encontraba un par de folios de papel reciclado con un cuento para niños escrito en tinta azul. Hubo historias de monstruos buenos y brujas malvadas, de viajes fantásticos, de excursiones en tren, de niños y niñas de este lugar y de otros países, hubo cuentos alegres, tristes, con y sin moraleja, pero siempre, siempre un cuento por semana, un cuento inacabado al que yo añadía un final. Poco a poco fui yo también dejando principios de cuento sobre la mesa que, el jueves siguiente, encontraba acabados junto con los folios reciclados de un nuevo cuento por acabar. Sólo un jueves de invierno faltaron los cuentos, sólo un jueves de primavera falté yo. Pregunté muchas veces a la camarera, pero nunca me quiso decir quién recogía los cuentos. Yo sabía que ella lo sabía, pero nunca quise insistir. Había magia en aquella historia y yo, al menos, no tenía ninguna intención de acabar con ella.
Sí, es cierto. La historia está escrita en pasado, porque hace un mes, más o menos, dejé de encontrarme cuentos en la mesa. Nada, ni un papel, ni una nota, ni un mensaje de despedida… Pregunté a la camarera y me dijo que la persona que dejaba los papeles, efectivamente una viejecita mayor y encantadora, había dejado de ir por allí. Pero que ella no sabía por qué, ni tenía forma de contactar con ella.
Hoy es jueves y esta mañana, al entrar en la cafetería de siempre a la hora de siempre, dormido como casi siempre, encontré sobre una de las mesas de la ventana un folio, solo uno, escrito con boli azul, con una letra redonda, de caligrafía.
Hola, señor desconocido:Hoy es jueves y la gente me mira extrañada, preguntando por qué, con los ojos arrasados en lágrimas, leo y releeo un folio de papel reciclado escrito con tinta azul, por qué, mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas, saco un papel y un boli de mi mochila y garateo con letra temblorosa un cuento en la parte de atrás de un folio de papel reciclado, escrito con tinta azul...
Mi abuela, todos los jueves, al acercarse al ambulatorio a su revisión semanal (estaba un poco enfermita), se sentaba en esta cafetería y me escribía un cuento, que luego me acercaba a casa a la hora de comer. Un día me contó que olvidó el cuento y que, al volver a recogerlo, se encontró con que tenía un final precioso. Al jueves siguiente volvió a dejar un cuento inacabado, que recogió de nuevo con final al salir de la consulta del médico. ¡No se puede imaginar la ilusión que nos hizo, a ella y a mí! Mi abuela, desde entonces, dejaba un cuento inacabado que recogía después pero cuyo final no leía hasta que, al llegar a casa a la hora de comer me leía el cuento en voces altas y, juntos, descubríamos el final. Un día incluso encontró un cuento que usted había empezado y que acabamos entre los dos, para devolvérselo al jueves siguiente. ¿Sabe? Los cuentos de los jueves devolvieron a mi abuela un poco de alegría. ¡Los dos deseábamos que llegara el jueves para tener nuestro nuevo cuento semanal! Mi abuela pasaba el resto de la semana ideando principios de cuentos para que usted los acabara.
Mi abuela murió ayer tras una larga enfermedad que la ha mantenido en el hospital en este último mes. Mientras ha estado ingresada le he leído todos los cuentos de los jueves, uno cada tarde, incluso al final cuando no estaba demasiado seguro de que ella pudiera oírme. Ahora mi abuela se ha ido, pero a mí me gustaría seguir leyéndole un cuento en voz alta cada jueves por la noche, porque seguro que allá donde esté, le gustará oírlos. ¿Le importaría que sea yo el que, a partir de ahora, empiece cuentos para mi abuela a los que usted pueda poner final? Si no le importa, como entro temprano al colegio, se los dejaré a la camarera para que se los entregue y los recogeré cuando vuelva a casa a comer.
Muchas gracias, señor desconocido, por habernos hecho tan felices a mi abuela y a mí, estos últimos meses.
Nada más levantarme, me gusta tomarle el pulso al día y a la ciudad…
lunes, agosto 17, 2009
Suponiendo...
Cuando allá por el mes de junio me propusieron venirme a Berkeley, hice el siguiente razonamiento mental...
Las dos pasadas semanas, durante el día hacía calorcito (25 grados) pero por la noche refrescaba bastante. De hecho, era imposible salir a la calle sin jersey una vez que se ponía el sol. Cuando pregunté me dijeron que este tiempo no era normal en Berkeley. De nuevo me hice mis suposiciones...
Como dijo Ruth, mi compi de piso hasta hace unos días:
Berkeley está en California y voy en agosto... así que, ¡hará calorcito!Como soy un chico precavido, metí un par de jerseys finos en la maleta, que nunca se sabe si refrescará algo por la noche. Pero por supuesto, en la maleta había pantalones cortos y sandalias para disfrutar del maravilloso tiempo californiano.
Las dos pasadas semanas, durante el día hacía calorcito (25 grados) pero por la noche refrescaba bastante. De hecho, era imposible salir a la calle sin jersey una vez que se ponía el sol. Cuando pregunté me dijeron que este tiempo no era normal en Berkeley. De nuevo me hice mis suposiciones...
Ya es mala suerte estar aquí tres semanas y no pillar el buen tiempo berkeliano...Esta mañana descubrí que, de nuevo, estaba equivocado. Hoy no luce el sol y a las 10 de la mañana hacía un frío de pelotas. Hoy será imposible quitarse el jersey en todo el día... Hasta hoy había tenido suerte y no era normal que hiciera tantos días seguidos despejados. ¡Hoy por fin,hace el típico tiempo berkeliano, nublado, húmedo y frío en agosto!
Como dijo Ruth, mi compi de piso hasta hace unos días:
¡Manda huevos venir a California a pasar frío!
sábado, agosto 15, 2009
Joven...
Ayer me fui a cenar a un pub irlandés, pedí una cerveza... ¡y me pidieron el pasaporte para comprobar la edad!
Con estas cosas, uno se siente más joven...
Luego me explicó el camarero que la ley de California les obliga a pedir identificación a todo el que pide alcohol y que quería asegurarse de que yo lo tenía a mano por si había una inspección. Pero fuera por lo que fuese... ¡creo que es la primera vez que me piden documentación para comprar una cerve!
Con estas cosas, uno se siente más joven...
Luego me explicó el camarero que la ley de California les obliga a pedir identificación a todo el que pide alcohol y que quería asegurarse de que yo lo tenía a mano por si había una inspección. Pero fuera por lo que fuese... ¡creo que es la primera vez que me piden documentación para comprar una cerve!
martes, agosto 11, 2009
iBerkeley
Mi primera sorpresa fue al entrar en la sala de ordenadores del lugar donde trabajo... ¡Todos son iMac! Entonces me fijé y vi que todos los investigadores americanos de este lugar llevan bajo el brazo un MacBook. ¿Será cosa del LBL?
Pero no, si miras por la calle, todo el mundo escucha música con un iPod. Los hay de todos los colores, sabores y tamaños... pero siempre iPod. Y los móviles, te puedes imaginar... Aquí, el que no tiene un iPhone, es que es extranjero!
Así que yo, tal y como están las cosas, cambiaría el nombre a la ciudad... Porque iBerkeley queda mucho, mucho mas cool!
Pero no, si miras por la calle, todo el mundo escucha música con un iPod. Los hay de todos los colores, sabores y tamaños... pero siempre iPod. Y los móviles, te puedes imaginar... Aquí, el que no tiene un iPhone, es que es extranjero!
Así que yo, tal y como están las cosas, cambiaría el nombre a la ciudad... Porque iBerkeley queda mucho, mucho mas cool!
viernes, agosto 07, 2009
Aduanas...
Hay tantas cosas que contar que lo mejor será empezar por el principio... Y el principio de un viaje a Berkeley consiste en... ¡llegar!
Como el viaje surgió en el último momento (bueno, vale, en el penúltimo), las cosas hubo que prepararalas con cierta prisa. Me habían recomendado volar con KLM via Amsterdam pero, cuando me puse a mirar billete, el más barato era con Lufthansa. Sí, lo que oyes... ¡Hay momentos en la vida de uno que Lufthansa es la opción más barata! Así que por un módico precio (con unas cuantas cifras), tenía pasaje para un emotivo viaje de placer de doce horas de duración en una lata voladora Frankfurt- San Francisco, precedido de otro más breve desde Madrid a Frankfurt.
Conseguido el vuelo, lo siguiente era conseguir alojamiento. Pregunté a gente que ya habia venido y me comentaron, como si fuera lo más normal del mundo: ¡Búscalo en craiglist! Te invito a que te des una vuelta por esa web en la que la gente vende/alquila de todo. En Berkeley, como en Berlin, muchísima gente vive de alquiler, en pisos compartidos, habitaciones compartidas, salones compartidos... ¡He visto todo tipo de anuncios! Allí encontré el lugar en el que vivo, del que ya te contaré cosas. El dueño y su familia se iban de vacaciones así que, cuando les pregunté por la forma de entrar me dijeron que no había problema, que como a mi habitación se entraba desde fuera de la casa (como ves, el post Casa promete) me daba el código que abría la puerta del patio y ¡me dejaba las llaves debajo del felpudo! Como lo oyes... ¡mis llaves estuvieron tres semanas debajo del felpudo esperandome!
Pues ya con casa y vuelo... todo listo para viajar a U.S.A. ¡Ah! No... ¡que hay que conseguir que te dejen entrar! Renové el pasaporte (porque el mío no tenía chip), introduje los datos de mi casa de Berkeley en la web de la compañía aérea (ahora es obligatorio) y solicité el ESTA. ¡Todo parecía estar listo! Facturé en Madrid y me dieron tarjeta de embarque hasta San Francisco... ¡genial! ¿o no?
Porque...
... a pesar de introducir mis datos en la web de la compañía aérea, tuve que hacer una cola enorme para volverselos a dar en Frankfurt, para que me cambiaran la tarjeta de embarque por una válida para volar con una compañía americana (aunque el vuelo era de Lufthansa lo operaba United).
... a pesar de rellenar el ESTA, tuve que rellenar el papelico verde que te dan en el avión y entregarlo al oficial de aduanas, junto con una carta de invitación de los LBL para que me dieran un visado WB, que si no no se puede trabajar en un laboratorio nacional.
Pero bueno, tras eso, recoger la maleta, pasar la aduana, coger el BART adecuado para llegar hasta Berkeley y dar vueltas durante una hora con mi maleta por Berkeley, buscando mi casa, por fin la encontré, abrir la puerta del patio, subí por la escalera posterior, encontré las llaves debajo del felpudo... y descubrí que realmente, en este lugar son muy, muy hippies...
Como el viaje surgió en el último momento (bueno, vale, en el penúltimo), las cosas hubo que prepararalas con cierta prisa. Me habían recomendado volar con KLM via Amsterdam pero, cuando me puse a mirar billete, el más barato era con Lufthansa. Sí, lo que oyes... ¡Hay momentos en la vida de uno que Lufthansa es la opción más barata! Así que por un módico precio (con unas cuantas cifras), tenía pasaje para un emotivo viaje de placer de doce horas de duración en una lata voladora Frankfurt- San Francisco, precedido de otro más breve desde Madrid a Frankfurt.
Conseguido el vuelo, lo siguiente era conseguir alojamiento. Pregunté a gente que ya habia venido y me comentaron, como si fuera lo más normal del mundo: ¡Búscalo en craiglist! Te invito a que te des una vuelta por esa web en la que la gente vende/alquila de todo. En Berkeley, como en Berlin, muchísima gente vive de alquiler, en pisos compartidos, habitaciones compartidas, salones compartidos... ¡He visto todo tipo de anuncios! Allí encontré el lugar en el que vivo, del que ya te contaré cosas. El dueño y su familia se iban de vacaciones así que, cuando les pregunté por la forma de entrar me dijeron que no había problema, que como a mi habitación se entraba desde fuera de la casa (como ves, el post Casa promete) me daba el código que abría la puerta del patio y ¡me dejaba las llaves debajo del felpudo! Como lo oyes... ¡mis llaves estuvieron tres semanas debajo del felpudo esperandome!
Pues ya con casa y vuelo... todo listo para viajar a U.S.A. ¡Ah! No... ¡que hay que conseguir que te dejen entrar! Renové el pasaporte (porque el mío no tenía chip), introduje los datos de mi casa de Berkeley en la web de la compañía aérea (ahora es obligatorio) y solicité el ESTA. ¡Todo parecía estar listo! Facturé en Madrid y me dieron tarjeta de embarque hasta San Francisco... ¡genial! ¿o no?
Porque...
... a pesar de introducir mis datos en la web de la compañía aérea, tuve que hacer una cola enorme para volverselos a dar en Frankfurt, para que me cambiaran la tarjeta de embarque por una válida para volar con una compañía americana (aunque el vuelo era de Lufthansa lo operaba United).
... a pesar de rellenar el ESTA, tuve que rellenar el papelico verde que te dan en el avión y entregarlo al oficial de aduanas, junto con una carta de invitación de los LBL para que me dieran un visado WB, que si no no se puede trabajar en un laboratorio nacional.
Pero bueno, tras eso, recoger la maleta, pasar la aduana, coger el BART adecuado para llegar hasta Berkeley y dar vueltas durante una hora con mi maleta por Berkeley, buscando mi casa, por fin la encontré, abrir la puerta del patio, subí por la escalera posterior, encontré las llaves debajo del felpudo... y descubrí que realmente, en este lugar son muy, muy hippies...
jueves, agosto 06, 2009
Berkeley
Tres días hace que llegué a Berkeley y todavía no he tenido tiempo de contarte nada. Y no será por cosas que contar. Quizás sea eso, me han pasado tantas cosas que no me han dejado tiempo de escribirlas por aquí. Anoche pensaba hacerlo pero a las diez me quedé frito hasta esta mañana. Quizás esta noche haya más suerte!
Decirte que todo va genial, que sobreviví al viaje con cierta dignidad, que pasé todas las aduanas y controles posibles (y también los imposibles), que en este pueblo son muy, muy hippies (cosa que reafirmé nada más ver la habitación en la que vivo), que la gente es muy maja y que el curro mola...
¡Ah! Y que está genial trabajar en un sitio en la cima de una montaña, rodeado de árboles, cuya cafetería tiene terraza... y mucho mejor si la terracita tiene una vista espectacular de la bahía de San Francisco y de toda la ciudad!
Decirte que todo va genial, que sobreviví al viaje con cierta dignidad, que pasé todas las aduanas y controles posibles (y también los imposibles), que en este pueblo son muy, muy hippies (cosa que reafirmé nada más ver la habitación en la que vivo), que la gente es muy maja y que el curro mola...
¡Ah! Y que está genial trabajar en un sitio en la cima de una montaña, rodeado de árboles, cuya cafetería tiene terraza... y mucho mejor si la terracita tiene una vista espectacular de la bahía de San Francisco y de toda la ciudad!
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