Algo había en sus ojos que le recordó tiempos pasados, helados de chocolate en la parte de atrás del jardín, faldas inocentes que se levantan para descubrir juegos de niños, besos furtivos tras la vieja olma de la plaza... Pero hoy todo era distinto. Sus ojos seguían siendo grises, pero no brillaban. Habían pasado muchos años, diez quizás, pero el tiempo no había pasado en balde.
Ella también se fijó en él, pero le costó reconocerlo. La última vez que le vio pasear con su pequeña de la mano apenas habían cruzado dos palabras. Ahora estaba mucho más delgado, mucho más pálido y taciturno. Definitivamente, los años no pasan en balde.
Él decidió acercarse, seguramente porque tampoco tenía nada mejor que hacer. Ella decidió acercarse, seguramente porque siempre es mejor beber acompañada que sola. Y de repente se encontraron de pie en medio del bar, mirándose como dos estúpidos sin saber qué decir, porque la última vez que tuvieron algo que decirse tenían veinte años. De repente sus copas se encontraron juntas en una mesa alta, en penumbra, whisky con hielo y vodka con limón hablando a gritos de soledades, de frío, de tormentas y de nubes grises de invierno.
Sus miradas sellaron un pacto de silencio y ninguno preguntó qué tal te va. Sus miradas decidieron no hablar de los últimos diez años, sino de los primeros veinte y poco a poco la penumbra se llenó de olores a hierba mojada, de espuma de agua de río, de columpios de madera y de risas inocentes. Sin darse cuenta sus soledades se acercaron y sus silencios se entrelazaron, hasta convertirse en una única soledad y un único silencio. Sin darse cuenta se levantaron y ella pagó las copas mientras él recogía su chaqueta. El otoño cubría la ciudad y había empezado a refrescar. Sin darse cuenta puso su chaqueta sobre los hombros de ella. Sin darse cuenta, ella se acercó a él, buscando protección.
Era sábado, era tarde, era un día como otro cualquiera… y los que en aquel momento pasamos por delante del bar vimos a una pareja de enamorados perderse en el frío de la noche…
Ella también se fijó en él, pero le costó reconocerlo. La última vez que le vio pasear con su pequeña de la mano apenas habían cruzado dos palabras. Ahora estaba mucho más delgado, mucho más pálido y taciturno. Definitivamente, los años no pasan en balde.
Él decidió acercarse, seguramente porque tampoco tenía nada mejor que hacer. Ella decidió acercarse, seguramente porque siempre es mejor beber acompañada que sola. Y de repente se encontraron de pie en medio del bar, mirándose como dos estúpidos sin saber qué decir, porque la última vez que tuvieron algo que decirse tenían veinte años. De repente sus copas se encontraron juntas en una mesa alta, en penumbra, whisky con hielo y vodka con limón hablando a gritos de soledades, de frío, de tormentas y de nubes grises de invierno.
Sus miradas sellaron un pacto de silencio y ninguno preguntó qué tal te va. Sus miradas decidieron no hablar de los últimos diez años, sino de los primeros veinte y poco a poco la penumbra se llenó de olores a hierba mojada, de espuma de agua de río, de columpios de madera y de risas inocentes. Sin darse cuenta sus soledades se acercaron y sus silencios se entrelazaron, hasta convertirse en una única soledad y un único silencio. Sin darse cuenta se levantaron y ella pagó las copas mientras él recogía su chaqueta. El otoño cubría la ciudad y había empezado a refrescar. Sin darse cuenta puso su chaqueta sobre los hombros de ella. Sin darse cuenta, ella se acercó a él, buscando protección.
Era sábado, era tarde, era un día como otro cualquiera… y los que en aquel momento pasamos por delante del bar vimos a una pareja de enamorados perderse en el frío de la noche…
2 comentarios:
Ay.. me ha encantado
:D echaba de menos tus relatos...
Preciosa historia.
Queremos más!! jeje.
Un besote.
PD: la musa sigue de vacaciones, en cuanto la encuentre te aviso.
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