El reloj de la cocina marca las ocho de la mañana cuando Ricardo prepara café. Parece que Susana se retrasa un poco hoy, pero si no tarda, aún llegará a tiempo de despedirles a él y a la peque, antes de que la lleve al cole y, después, vuelva a visitar varias ETT's, a ver si hoy por fin hay algo para él. La vida se volvió dura cuando ambos quedaron en la calle. Por suerte, Susana encontró este trabajo en la fábrica. Por desgracia trabaja en el turno de noche, pero ¿quién puede quejarse? Con media hipoteca por pagar y una niña de siete años, ¡el turno de noche es lo de menos!
Las ocho y diez. La verdad es que desde que llego la crisis nada ha sido fácil. Primero fue ella la que quedó en la calle. La pequeña constructora en la que hacía de contable no pudo aguantar la caída en la construcción y tuvo que cerrar. De aquello ya hace medio año y Susana puede considerarse una persona con suerte. La mayoría de los trabajadores que quedaron en la calle, más mayores que ella, siguen en el paro. Después fue él. La deuda de su empresa informática crecía y crecía. Al final él fue el segundo de los despedidos. De esto hace cuatro meses y aún sigue en paro, aunque de vez en cuando consigue algo de dinero en negro haciendo trabajillos a algunos clientes. Entre el nuevo trabajo de Susana y estos trabajillos, van tirando.
Las ocho y veinte. Se abre la puerta de la cocina y entra Susana, con ojeras, agotada. Desde que comenzó el nuevo trabajo en la fábrica tiene los ojos más tristes y la mirada cansada. Sonrié a Ricardo y besa a la niña. Agradece el café caliente que Ricardo le acerca, recién hecho y le besa en la boca. Luego se deja caer en la silla de la cocina, agotada tras la noche de trabajo.
Las ocho y media. Ricardo se lleva a la niña al cole. Susana se queda sola en casa. Esconde la cabeza entre las manos y llora, como cada manaña, como todas las mañanas cuando llega a casa tras su turno de trabajo en la fábrica. Porque sólo ella sabe que no hay fábrica, aunque sí trabajo de noche. No sabe como explicarle a Ricardo que, tras semanas buscando trabajo sin éxito, que ahogados por las deudas y sin saber qué hacer, tomó la decisión más dura de su vida. Tampoco sabe cómo le explicará a su hija, cuando sea mayor, que en enero de 2009 la única solución que encontró para sacar a su familia adelante fue trabajar en la calle, en el oficio más antiguo del mundo.
Pero ella no siente verguenza por hacerlo. Rabia sí, rabia contenida contra los que han organizado tan mal el mundo y ahora luchan en el telediario de las tres por dar, desde sus palacios de gobierno, soluciones contra el paro y la crisis. Pero verguenza no. La primera noche que salió a la calle, cuando se le acercó el primer cliente, decidió que nunca sentiría verguenza por luchar por los suyos, por su familia, por su Ricardo y por su niña.
Las ocho y diez. La verdad es que desde que llego la crisis nada ha sido fácil. Primero fue ella la que quedó en la calle. La pequeña constructora en la que hacía de contable no pudo aguantar la caída en la construcción y tuvo que cerrar. De aquello ya hace medio año y Susana puede considerarse una persona con suerte. La mayoría de los trabajadores que quedaron en la calle, más mayores que ella, siguen en el paro. Después fue él. La deuda de su empresa informática crecía y crecía. Al final él fue el segundo de los despedidos. De esto hace cuatro meses y aún sigue en paro, aunque de vez en cuando consigue algo de dinero en negro haciendo trabajillos a algunos clientes. Entre el nuevo trabajo de Susana y estos trabajillos, van tirando.
Las ocho y veinte. Se abre la puerta de la cocina y entra Susana, con ojeras, agotada. Desde que comenzó el nuevo trabajo en la fábrica tiene los ojos más tristes y la mirada cansada. Sonrié a Ricardo y besa a la niña. Agradece el café caliente que Ricardo le acerca, recién hecho y le besa en la boca. Luego se deja caer en la silla de la cocina, agotada tras la noche de trabajo.
Las ocho y media. Ricardo se lleva a la niña al cole. Susana se queda sola en casa. Esconde la cabeza entre las manos y llora, como cada manaña, como todas las mañanas cuando llega a casa tras su turno de trabajo en la fábrica. Porque sólo ella sabe que no hay fábrica, aunque sí trabajo de noche. No sabe como explicarle a Ricardo que, tras semanas buscando trabajo sin éxito, que ahogados por las deudas y sin saber qué hacer, tomó la decisión más dura de su vida. Tampoco sabe cómo le explicará a su hija, cuando sea mayor, que en enero de 2009 la única solución que encontró para sacar a su familia adelante fue trabajar en la calle, en el oficio más antiguo del mundo.
Pero ella no siente verguenza por hacerlo. Rabia sí, rabia contenida contra los que han organizado tan mal el mundo y ahora luchan en el telediario de las tres por dar, desde sus palacios de gobierno, soluciones contra el paro y la crisis. Pero verguenza no. La primera noche que salió a la calle, cuando se le acercó el primer cliente, decidió que nunca sentiría verguenza por luchar por los suyos, por su familia, por su Ricardo y por su niña.
3 comentarios:
Estimado Lucas:
He llegado a "cartas" por casualidad, y no he podido evitar sobresaltarme. Cuento los años, pero soy de letras, ¿Quizá diecisiete? No me ha dado tiempo a leerte entero, estoy en ello, pero tu existencia formó parte de mí, en tiempos que se me antojan extraños, pero no fueron extraños, es que ha pasado mucha vida. Yo por ejemplo, tengo canas en las sienes y peso cuarenta kilos más que entonces. Eso es lo que pasa.
En cualquier caso, un gran abrazo de viejo amigo, ahora más cierto que nunca.
Niño! que andas optimista no? Juer, que mal estómago me ha dejado esto... ainssss...:-(
Niño! que andas optimista no? Juer, que mal estómago me ha dejado esto... ainssss...:-(
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